Cuando un país se estremece.
Hay sucesos que rompen la barrera de lo individual y se convierten en heridas colectivas. Son acontecimientos que sobrecogen, que dejan cicatrices imposibles de borrar incluso con el paso de décadas. España conoce bien ese impacto, cuando la violencia se impone sobre la inocencia y lo convierte todo en un recuerdo insoportable.
La memoria de un crimen atroz no solo se sostiene en los detalles judiciales o en las pruebas, sino también en el eco que genera en generaciones enteras. En ocasiones, las nuevas versiones de un mismo hecho vuelven a remover todo lo que parecía dormido. Lo ocurrido en Alcàsser es una de esas historias que, más de treinta años después, todavía convoca horror, dudas y debates.
Y es precisamente desde ese pasado oscuro que reaparece un nombre ya conocido: Miguel Ricart, el único condenado por el asesinato de Miriam, Toñi y Desirée. Con una entrevista reciente, ha vuelto a pronunciarse, ofreciendo un relato que desafía a la versión oficial.
Un nuevo relato frente a la verdad judicial.
En conversación con el canal especializado El Rincón del Disidente, Ricart sostiene que aquella noche de noviembre de 1992 no estuvo marcada por una acción individual, sino por un grupo de siete personas. Asegura que entre los participantes se encontraba un hombre al que llamaban “El Nano” y tres individuos de edad madura, cuyo papel no había sido nunca esclarecido.
El exconvicto declara que se vio obligado a estar allí bajo amenaza de muerte. En su discurso insiste en que los autores materiales fueron Antonio Anglés y su hermano Mauricio, y que él únicamente arrastró un papel secundario. Afirma que lo cuenta ahora para librarse de una carga moral que le ha acompañado durante más de tres décadas.
Ricart subraya que, a diferencia de sus primeras declaraciones, en esta ocasión no ha sufrido coacciones policiales ni presiones mediáticas. Dice hablar como “hombre libre”, en un intento de cerrar definitivamente una historia que nunca terminó de cerrarse para la sociedad.
La noche de las desapariciones.
Su versión arranca en la casa de Neusa, madre de los hermanos Anglés, donde le propusieron acompañarlos a una “gestión”. Él pensó en una transacción menor de drogas, pero pronto la situación tomó un rumbo inesperado. Fue entonces cuando apareció “El Nano” y todos se desplazaron hacia Picassent.
Asegura que allí coincidieron con Miriam, Toñi y Desirée, quienes aceptaron subir al coche con la confianza de que serían llevadas a una discoteca. Sin embargo, el trayecto dio un giro cuando Antonio Anglés pasó de largo el local y aceleró. Con palabras tranquilizadoras, prometió regresar más tarde, algo que nunca ocurrió.
Ricart niega que la tragedia sucediera en la famosa caseta de La Romana. Según su testimonio, el escenario real fue un antiguo polvorín en Catadau, donde ya aguardaban los tres hombres mayores que, asegura, mantenían alguna relación con Anglés.
Un círculo de violencia.
En ese punto, la situación escaló de forma irreversible. Mientras Antonio Anglés y “El Nano” bajaban a las chicas, Ricart y Mauricio fueron enviados a comprar bocadillos al bar El Parador. La dueña del local recordaría años más tarde su paso por allí, lo que refuerza parte de su relato.
Al regresar, dice que encontró a las jóvenes siendo agredidas sexualmente. Señala que tanto él como Mauricio fueron obligados a participar bajo amenaza armada. Los tres hombres mayores, según su versión, se marcharon tras consumar el ataque, dejando a las adolescentes a merced de Antonio Anglés.
Ese fue el momento en que, siempre según Ricart, se decidió el asesinato. Asegura que Antonio disparó a dos de las jóvenes y que Mauricio acabó con la tercera. Una versión que contradice de nuevo el relato oficial fijado por los tribunales.
El destino de los cuerpos.
El entrevistado sostiene que los cadáveres fueron envueltos en una moqueta encontrada en un contenedor. El primer enterramiento se habría realizado en un terreno apartado de Alborache, en una zona poco transitada que Antonio conocía bien.
La posterior exposición pública del caso, dice, llevó a los Anglés a cambiar de ubicación los restos. El traslado se produjo en enero de 1993, apenas unos días antes de que Ricart fuera detenido en la vivienda familiar de los Anglés.
Una confesión marcada por el miedo.
Sobre su primera declaración ante la Guardia Civil, insiste en que fue fruto de presiones. Afirma que dijo lo que los agentes querían escuchar, empujado tanto por el temor a Antonio Anglés como por la presencia de desconocidos a los que no sabía cómo enfrentarse.
En su nuevo relato, admite que en algún momento trató de contar la verdad, pero fue golpeado y amenazado por Anglés para guardar silencio. Mantener aquella versión oficial durante treinta años habría sido, asegura, una manera de proteger a su familia.
La herida que sigue abierta.
Con esta entrevista, Miguel Ricart intenta presentarse como alguien que busca pedir perdón y limpiar su conciencia. Quiere que la historia se dé por concluida y que las familias encuentren un cierre que nunca llegó. Sin embargo, la magnitud del crimen y las incógnitas que aún despierta hacen difícil que su palabra logre disipar las sombras.
El triple crimen de Alcàsser sigue siendo un episodio que sacude la memoria colectiva de España. Y cada nueva voz, cada declaración inesperada, devuelve a la superficie un dolor que, a pesar del paso del tiempo, no se ha apagado.