Lo que adoran las redes.
Las historias que nacen de la rutina suelen tener un efecto magnético en internet. No necesitan grandes giros ni dramatismo: basta con que toquen algo reconocible para todos. Lo cotidiano es lo que más conecta, porque permite que cualquiera se vea reflejado en la situación. Por eso, un detalle de la vida diaria puede acabar siendo más viral que una noticia de alcance nacional.

Cuando un suceso rompe la normalidad —un consejo inesperado, una revelación o una crítica contundente— despierta la curiosidad colectiva. En un entorno saturado de información urgente, los temas que nos afectan en lo personal, como la comida o la salud, tienen un poder especial. Estos contenidos terminan abriendo debates que se extienden con rapidez. De pronto, algo que parecía insignificante acaba convertido en tema del día.
Y eso es exactamente lo que pasó cuando una experta lanzó un mensaje que cuestiona un elemento tan habitual como el café que consumen millones de personas. Lo que en principio era una explicación técnica derivó en un debate nacional.
Crítica sin café.
La catadora profesional Marisa Baqué, dos veces campeona de España, fue tajante en su opinión cuando habló del café torrefacto: “no entiendo cómo no se prohíbe el café torrefacto”. Ella sostiene que este tipo de tueste no aporta calidad y que su principal característica es el azúcar quemado que se añade en el proceso. Según explica, “no es solo que lleve azúcar, sino que es azúcar quemado. El azúcar no aporta nada al café”.

Baqué va aún más allá y señala que este producto se ha mantenido en el mercado por costumbre más que por sabor. Para demostrarlo propone un experimento simple: “si pones un grano de café torrefacto en el agua fría lo puedes comprobar por ti misma: solo le da color. Porque el sabor es asqueroso”. Con este ejemplo quiere mostrar que su presencia en muchas cafeterías no responde a criterios de calidad, sino a un hábito arraigado.
Además, señala que el consumidor español ha sido educado bajo una idea equivocada sobre el café. Durante años, dice, se ha asumido que lo deseable es una bebida muy oscura y amarga, y afirma: “Durante años se dijo que el café debía ser amargo y negro, se ha enseñado al consumidor, erróneamente, que el café debe dar color si lo mezclamos con la leche, y eso no tiene por qué ser así”.
Raíces y consecuencias.
Este tipo de café tiene un origen histórico ligado a épocas en las que el producto era caro. Baqué relata que “dicen que el torrefacto se inventó cuando el café era un artículo de lujo, para darle más peso y compensar el coste de la materia prima”. Otra explicación que se ha transmitido es que el azúcar podría ayudar a conservar mejor el grano. También se ha dicho que hacerlo brillar visualmente era una ventaja para venderlo.
Pero la experta sostiene que todo eso ha terminado creando una percepción errónea sobre su calidad. En su opinión, la costumbre ha hecho que los consumidores piensen que es un producto superior. Ella lo resume sin rodeos: “Quédate con lo que quieras, la realidad es que el cliente cree que es de mejor calidad, y no es cierto”.
Rumbo al debate colectivo.
Sus declaraciones no tardaron en encender la conversación en redes. Muchos usuarios empezaron a revisar sus paquetes de café para comprobar si estaban consumiendo torrefacto sin saberlo. Otros, sorprendidos, confesaron que nunca habían reparado en la diferencia entre un café y otro. La controversia generó un aluvión de comentarios y anécdotas personales.
A partir de ahí, cafés de barrio, marcas y consumidores comenzaron a aportar su opinión. Las personas compartían fotos de sus tazas matutinas mientras se preguntaban si deberían cambiar de variedad. Lo que parecía un detalle técnico se convirtió en un diálogo social y cultural sobre los hábitos de consumo.
Lo que está claro es que este tema ha trascendido la conversación gastronómica para instalarse en el debate público. La afirmación de Baqué ha generado miles de mensajes, y la noticia ha sido intensamente comentada entre los internautas.