Trágico suceso.
En algunos momentos, una noticia corta el murmullo del día como si alguien bajara el volumen del mundo. No se trata de un dato más en el torrente informativo, sino de esos anuncios que ponen la piel de gallina incluso a quienes no conocieron al protagonista. Cuando desaparece una figura clave de un ámbito concreto, algo se resquebraja también en la memoria colectiva.

Ocurre con artistas, deportistas, pioneros silenciosos que cambiaron su entorno con una mezcla de talento y terquedad. Sus nombres suelen estar ligados a historias que van mucho más allá de un curriculum o de un palmarés. De repente, la muerte convierte esas historias en legado y empuja a toda una comunidad a mirar atrás. Cada anécdota se vuelve valiosa, cada fotografía pasa a ser una pieza de archivo.
En el deporte, estas despedidas duelen de una forma especial, porque el cuerpo en movimiento parecía prometer una especie de eternidad. El salto, la carrera, la ola surcada con elegancia daban la impresión de que el tiempo no iba con ellos. Por eso, cuando se apaga una de esas vidas que parecían hechas de puro impulso, el impacto atraviesa fronteras, generaciones y lenguajes.
Cuando el mar calla.
En la costa vasca, el rugido del Cantábrico ha sido durante décadas el telón de fondo de una pequeña revolución cultural. Un grupo de inconformistas decidió que aquellas olas no eran solo paisaje, sino un terreno de juego y de búsqueda personal. Entre ellos destacaba un hombre que convirtió la playa en oficina, laboratorio y sala de reuniones improvisada. Su silueta caminando con la tabla bajo el brazo se volvió tan habitual como las gaviotas sobre la orilla.

Ese hombre era Iñigo Letamendia, nacido en San Sebastián en 1948 y fallecido este lunes en la misma ciudad que le vio crecer. Tenía 77 años y su adiós ha dejado conmocionado al mundo del surf, muy especialmente en Gipuzkoa. Fundador de la firma Pukas Surf, su nombre se asocia desde hace décadas al despegue de este deporte en el Cantábrico. La propia marca ha comunicado la noticia, subrayando que no se va solo un empresario, sino un auténtico agitador de mareas.
Quienes le conocieron hablan de una forma de entender la vida tan poco convencional como su manera de leer las olas. Ese espíritu le llevó a encadenar viajes, sesiones épicas y amistades que acabarían cristalizando en la fundación de Pukas Surf en 1979. Con una mezcla difícil de imitar entre carisma, humor y energía inagotable, se abrió sitio entre las grandes figuras del surf de los años 80 y 90. Así fue tejiendo una red de amigos que abarcaba desde Hawai hasta Tahití, pasando por Australia y medio planeta más.
Adiós.
La lista de quienes compartieron mar con él impresiona incluso a quienes no saben distinguir una tabla corta de una longboard. Letamendia fue cercano a surfistas de la talla de Sunny García, campeón del mundo con una tabla salida de los talleres de Pukas. También mantuvo lazos con Mark Occhilupo, “Occy”, con Vetea “Poto” David y con un largo elenco de nombres propios que llenan la historia internacional del surf. En casa, era referencia y compañero para Ibon Amatriain, Aritz Aranburu, Aitor Francesena y muchas otras figuras locales.

Su romance con las olas comenzó mucho antes de que existiera un negocio alrededor de ellas. En los años 60, siendo socio del Atlético San Sebastián, acudía a la playa casi como un ritual diario, sin importar la estación. Un día de 1968, en el local del club, vio una tabla recién llegada de un viaje a Biarritz y decidió llevársela al agua, casi a escondidas. La sensación de remar y ponerse en pie sobre aquella superficie inestable le deslumbró de tal manera que, según contaría años después, entendió al instante que aquello ya no tendría marcha atrás.
A partir de ahí, cada decisión fue acercándolo un poco más al océano. Compró su primera tabla importada, pagándola a plazos, y fue buscando rompientes más exigentes, como las olas de Gros, donde la calidad del mar recompensaba la paciencia. Lo que comenzó como una pasión casi clandestina se transformó en un modo de vida. Y alrededor de ese modo de vida empezó a dibujarse una comunidad entera.
Pukas nacería poco después como resultado de esa obsesión compartida con sus socios y con su pareja, Marian Azpiroz, cofundadora de la marca. Abrieron tiendas en Zarautz y San Sebastián, levantaron en Oiartzun la que acabaría siendo una de las fábricas de tablas más importantes de Europa y se involucraron en la organización de campeonatos de primer nivel. Los eventos que impulsaron en Zarautz y en la capital guipuzcoana colocaron a la zona en el mapa mundial del surf competitivo. De esa semilla surgirían también las Pukas Surf Eskolas y los Surf Camps, por los que han pasado generaciones de surfistas jóvenes.
Las muestras de cariño tras su fallecimiento se han multiplicado en pocas horas, especialmente en redes sociales. Muchos recuerdan cómo su figura fue clave para que los niños de Zarautz abandonaran poco a poco el balón de fútbol para abrazar una tabla. Otros rescatan gestos de una generosidad casi cotidiana: como aquel viaje en avión en el que, al ver a un niño comiendo sin que su padre pudiera pagar con tarjeta, sacó diez euros del bolsillo y se hizo cargo de la cuenta, rechazando siempre que se los devolvieran. Un amigo del gremio le ha despedido con una frase sencilla, pero muy elocuente: “Buen viaje, nos vemos en la próxima ola”.
Iñigo Letamendia murió en San Sebastián, rodeado de su compañera de vida, Marian, y de sus hijos Tala y Adur, según ha comunicado su entorno más cercano. Con él se va una de las figuras más queridas del surf en Gipuzkoa, pero también un trozo de la memoria del Cantábrico. Queda, sin embargo, un legado escrito en madera, espuma y sal, en cada tabla Pukas que se echa al mar y en cada chaval que descubre el surf en esas mismas playas. El mar calla por un momento, pero la estela que deja “Índigo” sigue dibujando líneas sobre las olas.