Ya no se calla: Kiko Rivera rompe su silencio tras las duras acusaciones de Isa Pantoja, y demuestra la clase de persona que es

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Nadie se lo esperaba.

Isa Pantoja, hoy conocida también como Isa Pi, creció siendo personaje público antes incluso de tener uso de razón. Adoptada por Isabel Pantoja cuando era un bebé, su vida quedó inevitablemente ligada a una de las sagas más mediáticas de la copla y el corazón. Con el tiempo ha ido construyendo su propio espacio como colaboradora de televisión, estudiante de Derecho y creadora de contenido en redes. Cada paso que da, sin embargo, sigue analizándose a través del prisma de la historia familiar que la rodea.

La prensa rosa ha convertido a Isa en protagonista fija de portadas, debates y tertulias desde la adolescencia. Sus relaciones sentimentales, sus decisiones laborales y, sobre todo, sus vínculos con su madre y su hermano mayor han sido diseccionados en directo una y otra vez. En esa exposición permanente ha tenido que aprender a hablar de sus emociones con las cámaras delante, a veces incluso antes de poder procesarlas en privado. La televisión ha sido para ella, al mismo tiempo, altavoz, refugio y campo de batalla.

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En los últimos años, Isa ha intentado tomar el control de su propio relato, marcando distancia con ciertos conflictos familiares. Ha hablado de salud mental, de racismo y de la presión que supone ser “la hija de” en un país que consume corazón como si fueran informativos. También ha dejado claro que su prioridad es la familia que ha construido con su pareja y su hijo, por encima del ruido mediático. Sin embargo, cada vez que un nuevo capítulo de la saga Pantoja estalla en plató, ella vuelve a situarse en el centro del huracán.

Entre fama heredada y heridas propias.

La relación con su hermano Kiko Rivera ha sido siempre una montaña rusa de afectos, distancias y reproches televisados. Hubo etapas en las que aparecían juntos en platós y redes mostrando complicidad, y otras en las que apenas se dirigían la palabra durante meses. Las desavenencias económicas, los malentendidos públicos y los bandos en torno a Isabel Pantoja fueron encendiendo mecha tras mecha. Y, en medio de todo, Isa ha ido levantando muros para protegerse de las palabras que más duelen, las que llegan de casa.

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El último giro de guion llegó con la aparición de Kiko en un conocido programa de prime time, donde hizo un ejercicio de contrición pocas veces visto en él. Entre recuerdos, reproches al pasado y gestos de emoción, el DJ pidió perdón públicamente a su hermana y expresó su deseo de volver a tenerla cerca. Días después, fue Isa quien decidió sentarse en ese mismo plató para contestar a ese mensaje frente a las cámaras. Allí, visiblemente afectada, resumió su dilema en una frase que heló el ambiente: «Quiero perdonar esas cosas, pero me duele mucho».

Isa explicó que desea recuperar el vínculo con su hermano, pero teme que abrir esa puerta ponga en riesgo la estabilidad emocional y familiar que ha conseguido a base de terapia y distancia. Esa mezcla de ganas y recelo se traduce en pasos cortos y mucha prudencia, porque, como reconoció, sigue sin fiarse del todo de un arrepentimiento que llega después de años de ataques públicos. Mientras tanto, las cámaras han seguido a Kiko por la calle en busca de una reacción a las palabras de su hermana, y su silencio ha enfadado a parte de la audiencia, que en otro programa llegó a comentar que «solo habla si hay dinero de por medio».

Según la periodista que ha contactado con el entorno del DJ, él «no se ha quedado contento» con la intervención de Isa y «Él tenía la sensación de que iba a pedir perdón y se le iban a abrir las puertas, pero se ha sorprendido con la reacción de su hermana, que ha sido muy madura». La misma colaboradora añadió que «Isa no está preparada y necesita tiempo. Siente que su hermano le ha pedido perdón con la boca pequeña. «Él está enfadado y no le ha gustado todo lo que ha contado su hermana», subrayando que, por ahora, el distanciamiento sigue muy presente.

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Orgullo, televisión y segundas oportunidades.

Los conflictos familiares retransmitidos en directo no son exclusivos del clan Pantoja; la televisión española lleva tiempo alimentándose de ellos. Uno de los casos más sonados ha sido el de Rocío Carrasco, cuya docuserie reabrió viejas heridas con su hija Rocío Flores y el resto de la familia mediática. Durante meses, cada capítulo mezclaba testimonio personal, reproches acumulados y años de silencio que estallaban ante millones de espectadores. La dificultad para perdonar, el peso de los traumas y la presión del foco mediático hicieron de su historia un espejo incómodo para muchas otras familias.

También Belén Esteban ha vivido, a su manera, un culebrón familiar paralelo, con años de distancia entre su hija Andrea y el padre de la joven, Jesulín de Ubrique. Aunque en su caso el enfrentamiento no se ha dado tanto entre hermanos como entre ex parejas y familiares políticos, el trasfondo vuelve a ser el mismo: reproches por ausencias, dinero y decisiones tomadas a golpe de exclusiva.

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Cada vez que en un plató se hablaba de una nueva visita del torero a su otra familia, el relato se mezclaba con el dolor de una hija que creció viendo cómo su historia se comentaba en tertulias. Las reconciliaciones parciales y las nuevas tensiones han demostrado que cerrar capítulo cuando hay cámaras de por medio nunca es sencillo.

Más recientemente, la familia de Ortega Cano ha protagonizado otro ejemplo de cómo los lazos de sangre pueden romperse bajo el peso de los focos. Las fricciones entre el torero, su ex pareja Ana María Aldón y sus hijos han llenado horas de televisión con acusaciones cruzadas, lágrimas y reproches sobre el pasado. En todos estos casos late el mismo conflicto de fondo que hoy atraviesa Isa Pantoja: cómo protegerse sin renunciar al afecto, y cómo perdonar sin volver al punto de partida. Quizá por eso, cuando ella dice que necesita tiempo antes de abrir de nuevo la puerta a su hermano, muchos espectadores reconocen en sus dudas algo que han vivido, aunque nunca hayan pisado un plató.

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