Fallece demasiado joven una querida actriz de ‘Hospital Central’

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La serie que marcó una época.

Durante más de una década, Hospital Central se convirtió en una cita ineludible para millones de espectadores españoles. Ambientada en un hospital madrileño ficticio, la serie mezclaba el drama médico con las emociones cotidianas de sus personajes, creando historias que iban mucho más allá de los quirófanos. Fue una escuela para muchos actores y una ventana donde el público aprendió a empatizar con el personal sanitario antes de que las series médicas se pusieran de moda en nuestro país.

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Su éxito residía en un equilibrio perfecto entre tensión y humanidad: cada episodio hablaba de salvar vidas, pero también de perderlas, de amar, de equivocarse. Quizá por eso se convirtió en una de las producciones más queridas del panorama televisivo nacional. Entre sus múltiples rostros, algunos quedaron especialmente grabados en la memoria de los espectadores, porque lograban traspasar la pantalla con una naturalidad poco habitual.

Una actriz de teatro, televisión y vocación.

En ese elenco diverso brilló una intérprete cuya trayectoria abarcó mucho más que la televisión. Fue una artista de escenario, una mujer de ideas y de docencia, que entendía el teatro como una herramienta de transformación. Con los años, su nombre se asoció tanto a grandes producciones escénicas como a un compromiso profundo con la enseñanza y la psicopedagogía.

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Su pérdida ha conmocionado al mundo cultural. La actriz falleció a los 55 años tras una enfermedad que no pudo superar, dejando tras de sí una huella difícil de borrar entre compañeros, amigos y alumnos. Quienes la conocieron destacan su sensibilidad, su entrega y su capacidad para inspirar tanto dentro como fuera del aula.

El talento y la vocación unidos.

Estudiosa incansable, combinó sus dotes interpretativas con una sólida formación académica. Obtuvo el Premio Extraordinario en Educación Especial y se licenció en Psicopedagogía con el Premio Fin de Carrera, además de cursar un Máster en Formación del Profesorado en Secundaria. Su objetivo era claro: “potenciar el desarrollo pedagógico en las aulas” y demostrar que el arte podía ser un motor educativo.

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Esa convicción la llevó a recibir una beca con la que impulsó el teatro como herramienta para mejorar la convivencia escolar. No concebía la interpretación sin la enseñanza ni la enseñanza sin la creatividad. Su vocación era doble, pero su pasión era una sola: ayudar a los demás a descubrir su propio talento.

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Una vida entre bambalinas y pizarras.

Además de protagonizar obras como La cacatúa verde o La importancia de llamarse Ernesto, escribió su propia pieza teatral, que presentó como tesis ante un tribunal académico. Para ella, actuar y educar eran dos formas de transmitir confianza y despertar habilidades dormidas. “Sus dos carreras fueron igual de importantes para ella”, recuerdan quienes compartieron escenario y aula con ella.

Nunca quiso abandonar las tablas, aunque también veía en sus alumnos el público más exigente y agradecido. Siempre buscó sacar lo mejor de cada persona, contagiando entusiasmo y curiosidad. Su manera de entender la enseñanza tenía mucho de dramaturgia: ritmo, emoción y verdad.

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Una despedida con humor y amor.

En sus últimos años, trabajó junto a su pareja en el proyecto Cada día es solo una vez al día, creado en 2013, donde exploraba una visión luminosa de la vida. En sus propias palabras, ofrecía “la experiencia de una mujer que sabe que lo mejor es empezar por reírse de uno mismo. No nos lamentamos del pasado, tenemos el presente y una forma muy positiva de vivirlo es empezar a vivir con humor reflexivo. Vivamos el presente con humor y amor”, dijo en unas declaraciones recogidas por El Diario Vasco.

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Así se despide Esther Uria, actriz, docente y creadora, cuya vida fue un ejemplo de coherencia entre lo que amaba y lo que enseñaba. Su legado permanece en los escenarios y en las aulas donde el teatro sigue siendo, gracias a ella, una forma de aprender a vivir.