Fallece inesperadamente José Emilio Rodríguez Menéndez

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Cuando la noticia sorprende a todos.

Hay muertes que atraviesan las pantallas y los titulares. Que, más allá del nombre, nos obligan a mirar hacia atrás y recordar un tiempo en el que esa persona parecía omnipresente. A veces no se trata de cariño ni de admiración, sino de la fascinación que despiertan las figuras que nunca dejan indiferente a nadie.

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Son esos fallecimientos los que llenan las conversaciones de sobremesa y los hilos de redes sociales con una mezcla de sorpresa y morbo. La noticia corre rápido, y de pronto, el pasado se convierte en tema del presente. Esta semana, España perdió a uno de esos personajes que marcaron una época mediática por su capacidad para estar —y generar— controversia.

El adiós del hombre que siempre fue noticia.

El abogado José Emilio Rodríguez Menéndez murió en Madrid a los 75 años, la misma noche en que cumplía años. Su fallecimiento, según informaron varios medios, se produjo en el Hospital Central de la Cruz Roja San José y Santa Adela, donde permanecía ingresado desde hacía días. Las causas exactas no han sido reveladas, aunque su entorno confirmó que llevaba tiempo luchando contra una enfermedad.

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La familia ha decidido mantener la despedida en la más estricta intimidad: no habrá tanatorio ni velatorio público. Su esposa, según se ha sabido, no se separó de él durante sus últimos días. Una decisión que contrasta con la exposición constante a la que él mismo se sometió durante décadas.

El abogado que convirtió su nombre en un espectáculo.

Rodríguez Menéndez fue uno de los personajes más reconocibles de la España televisiva de los años noventa y principios de los dos mil. Su nombre era sinónimo de tertulias encendidas, cámaras y titulares. Amaba la atención tanto como el riesgo, y él mismo se definía con orgullo como “el abogado del diablo”.

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Defendió a clientes tan mediáticos como el Dioni, aquel vigilante que en 1989 robó un furgón repleto de millones de pesetas. Cada caso parecía elegido con la misma intención: permanecer en el ojo del huracán. Y lo consiguió, hasta convertirse en una figura tan temida como buscada por los programas de televisión.

Escándalos, juicios y huidas.

Su carrera estuvo marcada por el escándalo tanto como por los tribunales. En 2005 fue condenado por la Audiencia Nacional a dos años de prisión por difundir un vídeo íntimo que vulneraba la privacidad del periodista Pedro J. Ramírez. Años después, en 2023, volvió a ser sentenciado a cuatro años de cárcel por estafa e intrusismo profesional en una trama que prometía negocios petroleros falsos.

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Entre condena y condena, protagonizó fugas dignas de película. Escapó a Argentina, fue detenido a su regreso y volvió a huir en 2008 tras obtener un permiso penitenciario. Su nombre, una vez más, acaparó portadas y debates televisivos, como si la historia de su vida estuviera escrita para nunca dejar de ser contada.

La frontera entre fama y notoriedad.

No solo defendió a delincuentes y personajes mediáticos; también supo convertir sus casos en puro espectáculo. Estuvo detrás de asuntos tan polémicos como la supuesta entrevista falsa a Antonio Anglés, el principal sospechoso del crimen de Alcàsser, un episodio que estremeció al país entero. También llevó la defensa de figuras como Antonio David Flores o “la dulce Neus”, acusada de matar a su marido.

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Rodríguez Menéndez entendía mejor que nadie la mecánica del escándalo: sabía cuándo hablar, cuándo callar y cómo mantener su nombre en boca de todos. Su estrategia fue tan efectiva que, incluso cuando cayó en desgracia, su figura seguía siendo sinónimo de controversia.

El precio de vivir siempre al límite.

Pocos personajes del panorama judicial y mediático español acumularon tantos titulares, enemigos y mitos como él. Entre defensas imposibles y acusaciones sonadas, construyó un personaje más grande que su propio nombre. Lo que empezó como una carrera en los tribunales acabó convertido en un fenómeno mediático difícil de encasillar.

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De su vida privada, en cambio, se sabe poco. Solo trascendieron algunos romances con rostros conocidos, como Mila Ximénez o Nuria Bermúdez, más alimentados por el espectáculo que por la certeza. En todo caso, Rodríguez Menéndez parecía vivir en un permanente acto público, incluso cuando decía querer desaparecer.

Un final sin cámaras.

La ironía quiso que su último acto fuera el silencio. Ningún plató, ningún foco, ninguna entrevista exclusiva. Solo una despedida discreta y un legado lleno de sombras y titulares. José Emilio Rodríguez Menéndez muere como vivió: sin término medio, dejando tras de sí una historia que parece escrita para el guion de un país que aún no sabe si recordarlo como abogado, fugitivo o personaje de televisión.