El amor no caduca. Ni en la tele, ni a los 80.
Desde que se estrenó en 2016, First Dates se ha mantenido como un faro en la televisión española para quienes aún creen en el amor a primera vista… o en la segunda oportunidad. Conducido por un siempre cómplice Carlos Sobera, el programa ha sido testigo de más de 10.000 citas, un desfile incesante de solteros y solteras que cruzan la puerta del restaurante con una mezcla de ilusión, nervios y ganas de compartir su historia. ¿El secreto de su longevidad? La autenticidad de sus protagonistas y la imprevisibilidad de cada encuentro.
A lo largo de estos años, First Dates ha demostrado que el amor no entiende de edad, orientación sexual ni estrato social. Sus participantes son tan variados como sus expectativas: desde quienes buscan una relación estable hasta los que solo quieren una noche de conversación y risas. En un panorama televisivo cada vez más acelerado, el programa sigue cautivando por su formato sencillo, cargado de humanidad y de esos silencios que dicen más que cualquier guion.
La cita entre Pablo y Lola es un ejemplo perfecto de por qué este espacio sigue conquistando corazones. Él, un jubilado de Denia de 81 años; ella, una valenciana de 77 con más ganas de vivir que muchos veinteañeros. »La primera vez que vine no me gustó nada», decía Pablo al comenzar la velada, dejando claro que no era un novato del plató, pero sí alguien dispuesto a intentarlo de nuevo.
Cuando el baile rompe el hielo.
A falta de química inmediata, nada como la música para hacer de puente. Pablo confesaba que una de sus pasiones era el baile, algo que debía compartir con su cita ideal. »Que podamos hacerlo todo juntos», decía con entusiasmo. Por suerte, Lola parecía hecha a medida: »Me gusta el cachondeo y me gusta reírme», se definía ella sin rodeos. Y sin perder tiempo, al escuchar a Karol G, se marcó unos pasos que terminaron de romper el hielo y pusieron a ambos a bailar como si no hubiera cámaras.
La complicidad entre ambos era evidente, aunque no exenta de sorpresas. Cuando Pablo vio los tatuajes de su cita, soltó una frase que dejó a todos perplejos: »¿Se pueden comer? Luego les daré un mordisquito a ver». El camarero Matías Roure no supo cómo reaccionar. »¿Mordisquito has dicho? ¿De qué hablas? ¿A quién le vas a…?», exclamó, justo antes de que Pablo le diera un mordisco real a Lola en el brazo. »¿Lo has visto? Hay que frenar esto», comentó alarmado a Sobera, mientras la escena quedaba grabada como una de las más insólitas del programa.
Lejos de quedar traumatizada, Lola mantuvo el tipo y siguió adelante con la cena. Allí, la conversación giró hacia temas cotidianos, con Pablo dejando claro que no necesitaba ayuda en casa. »¿No va nadie a limpiarte?», preguntó ella. »Ni a mí ni a la casa», bromeó él. »Es una broma agradable, tiene chispa», reconocía Lola, entre risas, mostrando que su sentido del humor no tenía edad.
Un ‘sí’ entre dudas.
Pero no todo era tan sencillo. Aunque parecía haber chispa, las visiones del amor de ambos no terminaban de alinearse. Pablo buscaba una compañera con la que compartirlo todo, incluso el día a día más rutinario. En cambio, Lola tenía claro que su familia seguía siendo prioridad. »Una pareja para estar cada uno en un sitio y verse una vez a la semana… Es un problemón», sentenciaba, dejando entrever que no estaba dispuesta a darlo todo por una relación nueva.
Sin embargo, las diferencias no impidieron que la emoción ganara terreno. En el reservado del programa, la tensión dio paso a los besos y a una conexión que, aunque reciente, parecía prometedora. A veces no se trata de encajar al 100 %, sino de dejarse llevar. Y ellos decidieron hacerlo, con la esperanza de que fuera el comienzo de algo más.
Ambos abandonaron el restaurante con una sonrisa. Y, más allá de la anécdota del mordisco o del baile improvisado, su historia recordaba lo más esencial de First Dates: que el deseo de amar y ser amado no se apaga con los años. Y que en la televisión, como en la vida, las segundas oportunidades pueden dar lugar a los encuentros más inesperados.