«Qué pena…»: El fallecimiento que ha conmocionado a Kiko Matamoros

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El hombre detrás del personaje.

Kiko Matamoros es uno de esos nombres imposibles de ignorar en la televisión española. Desde los noventa, ha pasado de ser representante de famosos a uno de los comentaristas más temidos y escuchados del panorama mediático. Su estilo directo, sin filtros y con un punto de provocación, le ha convertido en un personaje tan admirado como odiado, siempre dispuesto a decir lo que otros piensan y callan.

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A lo largo de su carrera, Matamoros ha demostrado moverse con soltura entre la polémica y la ironía, dos herramientas que maneja con la precisión de un veterano del espectáculo. Su figura ha trascendido el plató para convertirse en un fenómeno social: símbolo del comentarista sin tapujos, pero también del exceso verbal. Quienes le siguen saben que, cuando habla, lo hace con la convicción de quien no teme las consecuencias.

En los últimos años, ha cultivado una imagen más reflexiva, aunque sin perder su filo característico. Por eso, cuando algo le indigna, sus palabras no pasan desapercibidas. Y eso fue exactamente lo que ocurrió este viernes, cuando la muerte de un personaje polémico del pasado desató su lado más vehemente.

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Un adiós sin concesiones.

La noticia del fallecimiento de Emilio Rodríguez Menéndez —antiguo abogado y rostro habitual de la prensa sensacionalista de los noventa— sacudió el panorama mediático. Pero ninguna reacción fue tan contundente como la de Kiko Matamoros, que en el programa No somos nadie (Canal Quickie / TEN) soltó una frase que dejó helado al plató: «Es uno de los seres más repugnantes con los que me he topado en la vida».

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El colaborador no se limitó a una crítica superficial; habló con la crudeza de quien ha tenido una experiencia personal con el fallecido. «Le conocí antes de que fuese un abogado mediático», explicó, antes de lanzar un retrato sin piedad: «Es el tipo más asqueroso, sinvergüenza, inmoral y repugnante que me he cruzado en la vida, y lo digo así, de verdad. No es porque se haya muerto, porque también se lo he dicho a la cara en su momento».

Sus palabras resonaron como un eco incómodo en un día en que la mayoría de los medios optaban por un tono prudente o neutral. Matamoros, fiel a su estilo, prefirió la honestidad brutal, incluso a riesgo de incomodar a la audiencia.

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Entre cloacas y chantajes.

El tertuliano fue más allá y sacó a relucir supuestas prácticas oscuras del abogado. Según relató, Rodríguez Menéndez se aprovechaba de personas en situaciones límite: «Abusaba de los presos en situación de desesperación. Le prometía que tenía contactos en los juzgados y que les iba a conseguir, bien, la libertad provisional o una reducción de la condena. Le pedía dinero a cambio para los sobornos, que nunca realizaba y se lo quedaba él».

El propio Matamoros recordó cómo fue víctima indirecta de sus artimañas: “De mí llegó a decir en Crónicas Marcianas que yo era el nombre del cártel de Medellín en España y sacó una ficha policial con el membrete de la Policía, que algún amigo suyo policía le habría conseguido y se encargaron de rellenarlo”. Una acusación tan delirante como dañina, que el colaborador todavía recuerda con indignación.

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Pero si alguien pensó que su discurso se suavizaría con el paso de los minutos, se equivocó. Matamoros cerró su intervención con una diatriba que ya circula ampliamente en redes: «Qué pena que no he sido el jefe del cártel de Medellín en España porque, al día siguiente, hubiera evitado el mal de muchas personas a las que se lo causaste como consecuencia de tu rastrera existencia, asqueroso. Qué Dios te tenga donde te tiene que tener, que es pudriéndote en el cubo de la basura más infecto que pueda haber en la Tierra», sentenció con tono glacial.

El eco de un viejo enfrentamiento.

Carlota Corredera, presente en el plató, intentó rebajar la tensión con un toque de sarcasmo: «Como obituario se te ha visto cariño hacia él», comentó, arrancando algunas risas nerviosas entre los presentes. Pero el ambiente seguía cargado: Matamoros no daba señales de querer matizar nada.

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El colaborador incluso recordó los presuntos vínculos del abogado con las “cloacas” del Estado: «Hubo un tiempo que tuvo un despacho justo enfrente de un club de alterne y hacía un seguimiento de mucha gente conocida que iba allí para luego practicar chantajes». La historia, tan truculenta como cinematográfica, dejaba ver un retrato de la España más oscura y mediática de finales de siglo.

Y no se quedó ahí. «Luego se fue a la Calle de Orense. Ahí recibía a los clientes con una escupidera que tenía. Podía estar hablando con él y escupir. Lo juro por mi madre. Yo le conocí ahí porque a mi hermano, que era el tonto, le comió la cabeza en la cárcel y le dijo que conocía al juez que le había tocado y tal. Fui a verle y me pidió 6 millones de pesetas de la época para pagarle al juez. Me pareció todo tan tenebroso, asqueroso, zafío y evidente. Luego le vi salir en la televisión y dije ‘mira este donde está ahora’”.

La línea entre la franqueza y la crueldad.

Kiko Matamoros terminó su intervención sin un atisbo de arrepentimiento: «Espero que, si hay otra vida, se la pase en la cárcel, porque no he visto un tipo más repugnante e inmoral en mi vida… Lo digo en serio». Sus palabras, pronunciadas con serenidad pero con una dureza extrema, sellaron uno de los momentos televisivos más comentados del día.

Mientras algunos espectadores aplaudieron su valentía por decir lo que pensaba sin miedo al qué dirán, otros le reprocharon haber cruzado una línea en un contexto —la muerte de una persona— que suele exigir contención y respeto.

El debate, una vez más, se dividió entre quienes ven en Matamoros a un hombre que no tolera la hipocresía y quienes consideran que el espectáculo no debe justificar el desprecio. Muchos le criticaron por su dureza, mientras otros salieron en defensa de la periodista, a la que algunos espectadores acusaron de frivolizar un momento especialmente delicado.