Trágica noticia.
Hay muertes que sacuden más allá del círculo cercano; fallecimientos que paralizan por un momento a la industria, a los espectadores y a quienes sin conocerlos, sentían que los conocían. En ocasiones, estas despedidas nos confrontan con el paso del tiempo, con todo lo que esas figuras construyeron y lo que dejaron sin terminar. El vacío no es solo el de una silla vacía: es el eco de una voz que moldeó una parte de nuestra cultura común.
La noticia llegó de forma serena, casi íntima, como si su despedida no quisiera hacer ruido. “Tras una lucha de años”, ha confirmado su familia al Hollywood Reporter, el cineasta estadounidense falleció mientras dormía, víctima de un cáncer cerebral. Tenía 71 años y una filmografía que definió el carácter de una generación de espectadores.
Aunque su nombre puede tardar unos segundos en aflorar en la memoria, basta nombrar algunas de sus obras para que su legado cobre presencia: ‘House of Cards’, ‘Glengarry Glen Ross’, ‘Twin Peaks’, ‘Hannibal’. James Foley era de esos directores que no se colocaban en el centro del encuadre, pero sabían mover todas las piezas desde la sombra.
Un regreso inesperado.
Foley supo cuándo retirarse del foco, pero también cuándo volver. En 2017, sorprendió a la industria al asumir un reto que pocos esperaban: tomar el relevo de Sam Taylor-Johnson y dirigir las secuelas de ‘Cincuenta sombras de Grey’. Un giro curioso en su trayectoria, pero que demostró su versatilidad y su capacidad de adaptación a los códigos del cine comercial.
Aquel regreso tardío fue más que una anécdota: fue un gesto de vigor creativo. Foley, ya alejado de las alfombras rojas y las grandes producciones, conservaba el pulso y el ojo de un narrador nato. Su carrera nunca se definió por un solo género, sino por su compromiso con el lenguaje audiovisual en todas sus formas.
Detrás de la cámara, Foley era un observador meticuloso y un narrador de silencios. Sus personajes solían habitar territorios incómodos, escenarios tensos, diálogos afilados. El suyo era un cine que no buscaba la complacencia, sino la verdad emocional.
El azar también dirige.
Nacido el 28 de diciembre de 1953 y criado en Nueva York, James Foley no pareció destinado al cine desde un principio. Fue durante su paso por la Universidad de Nueva York y, más tarde, en la USC de Los Ángeles, donde empezó a moldear una mirada propia. Y sería en su último año como estudiante cuando el azar haría su entrada en escena: un encuentro casual que le abriría las puertas de una industria que terminaría marcando.
En cada proyecto, Foley construyó atmósferas reconocibles, con una tensión soterrada que era casi una firma. Nunca buscó imponer su estilo por encima de las historias; prefería que fuera el relato quien dictara la forma. Su carrera, discreta pero firme, fue una lección de coherencia y sensibilidad.
El cine, como toda forma de arte, es también un acto de legado. Y aunque Foley ya no esté para dirigir nuevos relatos, los que firmó permanecerán en la memoria de quienes vieron en sus obras una manera distinta de contar el mundo. Porque algunas voces, aunque callen, no dejan de hablar.